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Es bello estar aquí y escuchar juntos “los apelos del Espíritu”: en las realidades del mundo, en la Iglesia y en su congregación. El camino sinodal de la Iglesia universal, sobre el tema Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, de verdad es una palabra que el Espíritu dirige a todos nosotros consagrados.

«Yo he venido para traer fuego sobre la tierra; ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!» (Lc 12,49). Son las palabras del Señor Jesús que habla de su inminente pasión, que hace referencia a aquel arbusto ardiente que quema dentro de Él, a aquella pasión de amor recibida de su Padre y que desea llevar a todos los hombres.

Evidentemente se trata, del fuego del amor del cual Él mismo se siente continuamente regenerado, que está en lo profundo de su alma a través del Espíritu que habita en Él y que le recuerda toda la experiencia amorosa vivida en el seno del Padre.

La misión de Jesús en este mundo está en llevar a los hombres dentro de la influencia benéfica de este amor, del que se le ha quitado decididamente. Entonces, si nos preguntamos en qué consiste la revelación de Dios debemos decir: ella es un fuego vivo y santificante, un arbusto que quema sin consumarse, que enciende sin destruir, que ilumina sin deslumbrar. Todos aquellos que se acercan de verdad a Jesús, aun sólo tocando los flecos de su manto (cf. Lc 8,44), se inflaman y encienden, convirtiéndose en una sola cosa con Él.

Aquí queridas capitulares: la evangelización, tarea a la que todos en cuanto bautizados estamos llamados, no puede ser otra que la irradiación de este fuego que Jesús mismo ha venido a traer sobre la tierra. Él nos enciende con Su presencia y Su poder y solo así nos convertimos en fuego que arde e ilumina a todos aquellos que encontramos. Todo lo demás es proselitismo dañino, marketing pastoral estéril, convencimiento teórico que no transforma la existencia, falta testimonio de un encuentro que jamás ha sucedido.

Es evidente que el Señor, que ha puesto en juego su vida, nos pide poner en juego también la nuestra. El bautismo que hemos recibido es precisamente éste: «Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo y yo no soy digno ni siquiera de quitarle las sandalias; Él los bautizará en Espíritu y fuego» (Mt 3,11). Estamos bautizados en Espíritu Santo y fuego. ¡No lo olvidemos nunca! Dicho con el lenguaje de Christus vivit[1]: «¡Él vive y te quiere vivo!» (ChV 1). ¡Él arde de amor por todos, ninguno excluido y desea que seas contagiado por este fuego vivo para poder contagiar a los demás!


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